miércoles, 16 de enero de 2008

Ingleses en la independencia

La presencia británica en Sudamérica y el Perú aumentó de manera considerable durante el periodo que abarcó las guerras de independencia. Miles de militares, marinos y mercenarios ingleses se plegaron a los ejércitos de los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar.

Hombres como el oficial naval Martín Guise, el mayor William Miller y el capitán Thomas Cochrane cumplieron un papel estelar en las fuerzas militares que acabarían con el dominio español en América del Sur. Otros ingleses, también cercanos a los emancipadores, se encargaron de escribir y publicar los acontecimientos ocurridos en aquella accidentada época. Así tenemos, por ejemplo, los libros de William Bennet Stevenson, el capitán Basil Hall y el capellán Hugh Salvin, quienes narran una serie de detalles interesantes relacionados a esos tiempos de exaltación patriótica.

Pero la independencia no fue un proceso sencillo y rápido. Después de la declaración de San Martín en 1821, fuerzas realistas continuaban combatiendo a favor de la corona española en diversos puntos del país y la inestabilidad política y social era total. Sin embargo, a pesar de esta compleja realidad, muchos comerciantes ingleses arribaron al Perú en busca de oportunidades y la mayoría se estableció como representantes de casas comerciales con sede principal en el Reino Unido.

En setiembre de 1822 la precaria junta gubernamental instalada por los libertadores declaró al Perú en bancarrota e hizo un pedido formal para que los comerciantes nacionales y extranjeros abonaran 400 mil dólares con la finalidad de financiar la expedición del coronel William Miller a Puertos Intermedios. A los comerciantes ingleses se les pidió pagar la mitad de ese dinero, pero ellos se negaron rotundamente y a través de John Moens solicitaron la protección del capitán Prescott, quien era el comandante de las fuerzas navales inglesas en el Pacífico.

Los gobiernos de los recién liberados países de Sudámerica sentían un profundo respeto por el poderío naval británico y no estaban dispuestos a hacer ningún movimiento que pudiera incomodar a Inglaterra, país que se había declarado neutral en la guerra entre España y sus colonias. Al final, los comerciantes británicos de Lima y Callao aceptaron entregar al gobierno un pequeño préstamo, sin intereses.

La expedición de Miller se realizó con éxito y se puede decir que la independencia real se logró en 1824 tras la batalla de Ayacucho, aunque algunos remanentes realistas continuaron atrincherados en el Real Felipe del Callao hasta 1826. Esa permanente tensión entre realistas y patriotas provocó que el 11 de diciembre de 1824 el primer cónsul británico en el Perú, Thomas Charles Rowcroft, muriera accidentalmente de un disparo en el camino del Callao a Lima. Ambos bandos lamentaron su pérdida para no enemistarse con Inglaterra, mientras que su lugar en el consulado fue ocupado por Charles Milner Ricketts. En tanto, el vicecónsul de Rowcroft, Udny Passmore, fue enviado a cumplir funciones en Arequipa. A fines de 1824 había 20 firmas inglesas operando en Lima y 250 ciudadanos británicos eran considerados residentes.

A pesar de que la situación política nunca se estabilizó totalmente, la colonia británica siguió creciendo en el Perú. Era habitual que los británicos se reunieran en los barcos mercantes y de guerra que permanecían por algunos días anclados en los diferentes puertos peruanos. Diariamente, capitanes, tripulantes, comerciantes y algunos invitados españoles y locales cenaban y bebían juntos en alguna embarcación hablando de negocios y política.

Henry Dalton, quien dejó constancia de su presencia en el país a través de un gran número de cartas, cuenta que llegó al Callao a los 17 años y que fue acogido por la familia de Mr. Crawley, gerente residente de la firma Gibbs Crawley & Co (*). Dalton no menciona el nombre ni las iniciales de Mr. Crawley, pero se presume que debe haber sido pariente cercano de uno de los socios principales de la compañía, Charles Crawley, quien vivía en Londres y era sobrino de Antony Gibbs. Sin embargo, tampoco se descarta que el mismo Charles Crawley haya acogido a Dalton en Lima, ya que a inicios de 1829 Crawley llegó a costas sudamericanas con su esposa y su hijo Charles Jr. para supervisar personalmente la marcha de sus negocios en Lima, Arequipa y Valparaíso.

Durante dos años, los Crawley trataron a Dalton como un miembro más de la familia, enseñándole algunos secretos de las actividades comerciales y llevándolo a eventos sociales, a diversas obras en el viejo teatro de Lima y a actividades recreacionales vinculadas a los juegos de azar. Dalton desarrolló una gran habilidad para esos juegos de azar y ganaba dinero con tanta frecuencia que tuvo problemas con los Crawley.

Esos problemas se agravaron una mañana que Dalton llegó al muelle del Callao, donde acostumbraba reunirse con otros ingleses, y un barco llamó su atención. Ese día, Dalton tomó una decisión comercial sin consultar con Mr. Crawley y adquirió todos los productos que cargaba la embarcación. Más tarde, pudo vender esos productos y obtener un saldo a favor.

Entusiasmado, Dalton le contó a Mr. Crawley lo que había hecho. Sin embargo, Crawley consideró que el beneficio obtenido había sido muy bajo y, harto del comportamiento de su joven protegido, decidió despedirlo con una paga que le alcanzaba para volver a Inglaterra. Sin embargo, con ese pequeño capital, Dalton decidió abrir su propia tienda en el Callao. Así nació Enrique Dalton & Co.

En esos primeros años de la república, la adaptación al país no era fácil para los inmigrantes británicos. A la inestabilidad política se sumaba la oposición de la iglesia a la llegada de no católicos, por lo que los ingleses, en su mayoría protestantes, tenían una serie de problemas de carácter social. Un ejemplo es que estaban impedidos de utilizar el cementerio católico y sus muertos eran enterrados en condiciones precarias en la isla San Lorenzo.

Del mismo modo, las autoridades políticas cambiaban permanentemente y mostraban una posición ambigua hacia la inmigración. Una clara muestra de esa ambigüedad se produjo en 1826 cuando el gobierno llegó a un acuerdo con Francisco Quiroz, Guillermo Cochrane y José Andrés Fletcher para la construcción de un camino de hierro entre Lima y el Callao. El acuerdo, que había sido firmado con dos personas de origen inglés, estipulaba en una de sus cláusulas que no se podían emplear trabajadores extranjeros en la obra. Al final, el acuerdo para construir ese rústico ferrocarril nunca se cumplió.

Las trabas políticas, burocráticas y religiosas no impidieron que muchos ingleses prosperaran significativamente en esos años. Entrada la década de 1830, el ya citado Henry Dalton había logrado expandir su compañía a otros lugares de Sudamérica y había adquirido una serie de embarcaciones para movilizar sus productos. También fue el primer agente consular británico en el Callao y se convirtió en banquero informal (en aquella época no había bancos en el país), honrando pagarés y otros medios de crédito y pago con firmas como Dickson Price & Co, Tayleur Read & Co, L. L. Alsop & Co y Lang Pearce & Co.

Pero no todos los ingleses que llegaban al Perú eran comerciantes o empleados de casas comerciales. También llegaron mineros (la Anglo Pasco Peruvian Company se fundó poco después de la independencia), ingenieros, artesanos, tenderos, aventureros y muchos otros que realizaban trabajos menores relacionados sobre todo a la actividad marítima. Del mismo modo, algunos ingleses dedicados a la investigación científica también llegaron a nuestras costas. Por ejemplo, en julio de 1835, el naturalista Charles Darwin llegó al Callao.

Lamentablemente, Darwin encontró al país sumergido en la guerra civil que concluiría con la formación de la Confederación Peruano-Boliviana. La independencia, que teóricamente había servido para establecer un orden político y económico más justo, provocó en realidad una situación de anarquía generalizada. Las luchas entre caudillos y los antagonismos regionales se hicieron frecuentes y condujeron a la región al desorden y al caos.

Darwin dejó constancia escrita sobre su visita a Lima y Callao en términos no muy elogiosos. Sobre Lima, Darwin escribió: "La ciudad está en la actualidad desorganizada; las calles no se hallan pavimentadas, a cada paso se encuentran montones de desperdicios sobre los cuales gallinazos negros, tan domésticos como aves de corral, rebuscan restos de comida. Las casas tienen de ordinario un piso alto construido de madera y recubierto de barro, a causa de los terremotos; se ven algunas casas viejas habitadas ahora por gran número de familias, esas casas son inmensas y contienen departamentos tan magníficos como los que pueda haber en cualquier otro lugar del mundo. Lima, la Ciudad de los Reyes, debió ser antiguamente una ciudad espléndida. El extraordinario número de sus iglesias le da aún hoy un sello muy particular, sobre todo cuando se la ve a corta distancia".

Por otra parte, respecto al Callao, Darwin señaló: "Es un pequeño puerto, no bien dispuesto y descuidado; sus habitantes, lo mismo que los de Lima, por lo demás, presentan todos los matices intermedios entre el europeo, el negro y el indio. Este pueblo me ha parecido algo licencioso y muy aficionado a los licores. La atmósfera está siempre cargada de malos olores, ese olor particular que se encuentra en casi todas las poblaciones de los países tropicales es aquí extremadamente fuerte...".

Un aspecto desconocido de la visita de Darwin al Perú fue el impacto que le causaron las tapadas limeñas. En el libro South America Called Them se publica que el científico británico admiró de las tapadas su vestimenta, su particular manera de caminar, el tamaño diminuto de sus pies y la profundidad que podía tener la mirada con un sólo ojo al descubierto. Una opinión parecida sobre las tapadas la tuvo el viajero inglés Samuel Haigh, quien vivió un corto periodo en Arequipa y quien visitó Lima en 1827.

Cuando Darwin llegó al Perú en 1835, la cantidad de inmigrantes ingleses en el país ya había aumentado notoriamente y, por iniciativa británica, se había formado una organización llamada Salón de Comercio, donde comerciantes extranjeros se reunían para discutir de negocios y preparar boletines relacionados a sus actividades. Algunos historiadores consideran que este fue el primer club formal fundado en el Perú.

Un año después, en 1836, un grupo de comerciantes ingleses apoyados por el cónsul británico Belford Hinton Wilson, un ex edecán de Simon Bolívar que reemplazó en el puesto a Ricketts, envió una serie de cartas a Inglaterra pidiendo mejorar las rutas de transporte marítimo.

Esas cartas llevan las firmas de súbditos británicos que residían en Lima y Callao, tales como Samuel Lang, William Duff, George T. Sealy, George Parker, J. W. Leadley, John Thomas, William Reid, William Hodgson, J. Sutherland, J. S. Platt, Valentine Smith, Henry Kendall, J. Farmer, John MacLean, Christopher Briggs, Thomas Young, R. R. Calvert, Charles Higginson, Charles R. Pflucker, C. F. Bergmann, Frederick Pfeiffer y Heinrich Witt, éstos cuatro últimos de origen alemán, pero muy vinculados a intereses ingleses.

Estos comerciantes apoyaban la iniciativa del estadounidense William Wheelwright, quien proponía establecer una compañía de vapores para navegar más rápidamente desde Gran Bretaña a Sudámerica, cubriendo el espacio comercial que se extendía por la costa occidental de Sudamérica desde Panamá hasta el Cabo de Hornos y que incluía parte de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile.

Esta amplia zona fue conocida por los británicos como “the West Coast” y sus principales puertos eran el Callao y Valparaíso. Debido a la importancia de este circuito marítimo, Wheelwright logró conseguir financiamiento británico (Clements R. Markham y P. C. Scarlett estuvieron entre sus financistas) para fundar la famosa compañía de vapores Pacific Steam Navigation Company (PSNC).

El 17 de febrero de 1840 la firma obtuvo la autorización británica para operar y obtuvo también un pequeño subsidio inglés para el transporte del correo. Ese mismo año arribaron a nuestras costas sus dos primeros barcos (el “Perú” y el “Chile”). Ambas embarcaciones eran vapores de paletas y viajaban desde Liverpool, vía el estrecho de Magallanes. De esta manera, los ingleses tenían cada vez más facilidades para llegar al país.

Foto: Registro actual de la presencia de Simón Bolívar en Londres en 1810.

(*) Esta compañía es la misma que John Moens fundó en 1822, pero cambió de nombre en 1824 después de una reunión en Londres entre Moens y los miembros de la casa de Antony Gibbs & Sons. Los socios principales, George Henry y William Gibbs, molestos por ciertos manejos comerciales de Moens, decidieron reducir su participación societaria de 25 a 10 por ciento y omitir su nombre de la compañía. Moens regresó al Perú y continuó trabajando en la firma hasta 1829 cuando fue reemplazado por John Hayne.

1 comentario:

m.arbe dijo...

madre esta super interesante todo en serio se nota que hiciste un super buen trabajo con las investigaciones en serio que orgullo tener la historia de los ancestros tan detallada =)